El Amor al Prójimo

Shalom, debido a la enseñanza que usted me envio sobre los 10 mandamientos en el matrimonio los comparti con las personas que se reunen a estudiar tora en mi casa ellos llevaron a unos evangelicos y escucharon la enseñanza, ahora ellos me preguntaron si les podia explicar segun nuestra perpectiva el amor al projimo quedaron de ir a mi casa dentro de 5 dias por la respuesta espero de su ayuda para darle la correcta interpretacion de esta pregunta le agradesco en el amor de hashen shalom 

El projimo es todo aquel ser viviente al cual estamos obligados a asistir en momentos de necesidad, sea judio o no.
El sabio Hillel es conocido por establecer la sinopsis de la Torah.
 

En la Guemará que forma parte del Talmud (leyes más detalladas que la Torá, que cubren aspectos de la vida cotidiana) hay una vieja leyenda que dice que un señor quiso convertirse al judaísmo y se dirigió con este fin al maestro Shamai, uno de los grandes sabios y le dijo: “Me convierto al judaísmo si me enseñas toda la Torá mientras estoy parado sobre un pie”.

El maestro se encolerizó y lo expulsó amenazándolo con una vara.

Fue y visitó al maestro Hilel, que tenía carácter más apacible y le planteó el mismo tema. Le dijo Hillel: “Todo aquello que es odiado por ti, no lo hagas a tu prójimo, eso es toda la Torá, el resto no es más que una explicación”. Así parafraseaba al Levítico 19:18, en un lenguaje negativo y quizás más sencillo.

También el sabio judío más famoso del siglo II de la era común, el rabino Akiba, afirmaba que el principio más grande de la Biblia era el versículo de Levítico 19,18: “y ama a los otros como para ti mismo”. Para subrayar que eso hacía referencia a todos los seres humanos, Ben Azzai, coetáneo de Akiba, insistía en que el principio más grande se tenía que ver a la luz del hecho de que todos los seres humanos habían sido creados a imagen de Dios.

Hay un famoso cuento judío con el que un eminente rabino hasídico explicaba cómo había aprendido las auténticas implicaciones del amor al prójimo, escuchando la conversación siguiente entre dos borrachos:


 


 

-¿Me quieres, Iván?

-Claro que te quiero, Boris.

-¿Sabes qué me hace daño, Iván?

-¿Cómo puedo saber qué te hace daño, Boris?

-¿Si no sabes qué me hace daño, Iván, como puedes quererme?

El versículo al que estamos haciendo referencia (Vayikrá o Levítico, 19:18) dice: “No te vengarás o guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Dios”.

Existen maestros que se preguntan: ¿por qué están estos conceptos diferentes unidos en el mismo versículo? ¿Por qué la Regla de oro (amarás a tu prójimo como a ti mismo) -y todo lo que implica con referencia al amor- tiene que verse rodeada de la mala compañía del instinto de la venganza y el rencor?

Para explicarlo, existe una historia cuyo autor no se conoce. Se cuenta sobre un campesino ruso que nunca había salido de su pequeña y aislada aldea, ni siquiera hacia las aldeas vecinas, que de repente tuvo la oportunidad de ir y conocer la gran ciudad capital, Moscú. Así fue como llegó a un gran hotel con la ropa y los zapatos llenos de barro, luciendo totalmente fuera de lugar. De cualquier manera, el recepcionista lo recibió como a cualquier otro huésped y le asignó una habitación en el último piso.

Con la llave y sus pocas posesiones en mano se dirigió hacia las escaleras, preparado para su larga subida. En el primer piso había un espejo gigante. El hombre, que nunca antes se había visto en un espejo y ni siquiera sabía lo que era eso, de repente estaba impresionado y asustado por la imponente figura delante de él. Hizo algunos movimientos para asustarlo y hacerlo irse, sólo para darse cuenta que la figura en el espejo lo amenazaba y le gritaba lo mismo.

Corrió hasta el próximo piso, sólo para enfrentar al gigante de nuevo, mientras le dirigía miradas de rabia y casi queriendo pegarle. En el tercer piso, se acercaron tanto que estuvieron nariz contra nariz y se insultaron mutuamente mientras la rabia crecía dentro de “los dos”.

Dándose cuenta que no había para dónde huir de esa bestia de persona que lo estaba molestando tanto en el hotel, el campesino volvió corriendo a la recepción y le reclamó al recepcionista. Después de haberle dado una completa descripción del hombre que lo estaba molestando, el recepcionista entendió que había identificado al supuesto enemigo, y que éste no era otro sino el “hombre del espejo”. Para que el campesino no se sintiera avergonzado y para aplacar su hostilidad, el recepcionista le ofreció un simple consejo.

Le dijo: “La persona con la que te encontraste está aquí para defender a los huéspedes. La verdad es que no te va a hacer ningún daño. Si le demuestras una actitud ruda, él hará lo mismo, pero si cuando te lo encuentres le das una sonrisa y continúas tu camino, él también te sonreirá y seguirá haciendo su trabajo. Espero que disfrutes del resto de tu estadía”. Eso fue lo que hizo el campesino, y eso fue exactamente lo que sucedió.

El rey Salomón nos dice en sus parábolas: “Como el reflejo de la cara en el agua, así es el corazón de un hombre hacia otro”. La Torá nos está dando un consejo similar al del recepcionista en cuanto a nuestras relaciones con las personas. Para romper el ciclo de rabia y resentimiento, se necesita a alguien que esté buscando activamente amistad y paz y que todo el tiempo muestre buena voluntad.

Para concluir, los sabios nos dicen que la Torá tenía dos grandes fundamentos: uno, el amor a Dios, y el otro, éste que se acaba de mencionar. Los dos son los grandes pilares del pueblo judío. Pero con un agregado: la acción. Sin la acción del amor a Dios, sin la acción del amor al prójimo, toda la Torá carece de contenido. Se convierte en una mera declamación. El Talmud Jerusalemita en Jaguija 1:7 dice: “Mejor que ellos (los hijos de Israel) Me abandonen pero sigan Mis leyes, porque viviendo de acuerdo con Mis leyes vendrán a Mi”.

 


Un abrazo
 




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