El Sacrificio de la Hija de Jefté
En todos los tiempos, tanto en la alegría como en el sufrimiento, el hombre sintió la necesidad de extender su corazón hacia Dios y extender su felicidad o infelicidad por medio de votos, promesas y consagraciones.
Por otra parte, algunos de nuestros sabios aconsejan la moderación respecto a los nedarim (votos); otros, conociendo la flaqueza e inconstancia del corazón humano, casi los prohiben. "Es mejor -dice Rabí Meir- no hacer una promesa que hacerla y no cumplirla".
Rabí Samuel añade: "Aun después de cumplir una promesa la persona no actuó bien, pues en caso de quebrarla aunque sea por fuerza mayor, blasfemaría contra el Eterno. Sólo aquél que posee los atributos superiores de un Abraham, de un José o de un Job puede hacer votos".
Maimónides (Ilijot Erajin, vajaramin, final de capitulo 8) escribe a este propósito: "Las promesas sagradas de hekdesh, jérem y jérem, son mandamientos de la 'Torah con vistas a acostumbrar al hombre a hacer donativos, a fin de cumplir con lo que fue recomendado: honra al Eterno con tus bienes" (Proverbios 3, 9); pero no se considera pecado no hacer votos, según fue escrito: "Pero si te abstienes de hacer un voto, no habrá pecado en ti" (Deuteronomio 23, 23).
En cualquier caso, la persona no (deberá donar todos sus bienes, ya que necesitaría tal vez que otros la mantuviesen y la gente podría no tener piedad de ella. la cantidad máxima estipulada en el Talmud para hacer donativos, es el 20% de sus haberes.
El capítulo 27 que trata de los votos referentes a personas, estipulando sus respectivos valores, enseña que Dios no desea sacrificios humanos.
Los paganos de la antigüedad, ignorando el respeto a la vida, llegaban a donar seres humanos y a ofrecerlos en sacrificio a sus divinidades.
Es por esto por lo que la Torah ordenó: "Cuando alguno hiciere un voto al Eterno, si fuere de persona, será para el Eterno según su avalúo; tu avalúo para el hombre de edad de veinte años hasta la edad de sesenta años, será de cincuenta siclos de plata", etc. (Levitico 27, 2-3).
Esto quiere decir: Si llegareis a hacer una promesa para ofrendar una persona a Dios, lo haréis por su valor en plata y no con almas, según lo hizo Yiftaj haguiladi (Jefté el galaadita).
Jefté hizo voto al Eterno, diciendo: Si entregares a los amonitas en mis manos, cualquiera que me saliere a recibir de las puertas de mi casa cuando volviere, será del Eterno y lo ofreceré en holocausto.
Peleó pues Jefté con los hijos de Amón y el Eterno los entregó en su mano.
Y volviendo Jefté a su casa, su hija única le salió a recibir con adufes y danzas. Y él rasgó sus vestidos diciendo: ¡Ay, hija mía! He hecho promesa al Eterno y no podré retractarme.
Ella respondió: Padre mío, haz de mi como prometiste, pues el Eterno ha hecho venganza en tus enemigos. Déjame por dos meses, que vaya por los montes y llore mi virginidad con mis compañeras.
Pasados los dos meses volvió a su padre, e hizo de ella conforme al voto que había hecho.
De aquí fue la costumbre en Israel que iban las doncellas a endechar a la hija de Jefté el galaadita cuatro días al año.
Los doctores de la Ley condenaron severamente la actitud de Jefté por no haber invalidado su promesa por medio de Pinejás, el sumo sacerdote, pues éste le podía absolver de su voto criminoso de acuerdo con el ritual de la anulación de votos.
Pero había una rivalidad entre ellos que les impedía aproximarse.
Pinejás decía: Yo, el sumo sacerdote, ¿debo ir a la casa de ese ignorante?
Y Jefté respondía: Yo, el jefe del pueblo, ¿debo humillarme ante uno de mis súbditos?
Según los comentaristas, ambos fueron castigados por esto.
Jefté tuvo una horrible muerte y de Pinejás se aparto el espíritu divino
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